El entusiasmo que había dominado los mercados financieros en las últimas semanas no se ha trasladado al universo de los criptoactivos. Mientras las bolsas y los bonos se beneficiaban de un renovado optimismo ante la posibilidad de que la Reserva Federal recorte tipos de interés en los próximos meses, las criptomonedas y las empresas vinculadas a ellas se topaban con un brusco cambio de humor. En el centro de esta corrección, los tokens y compañías asociados a iniciativas respaldadas por la familia Trump se llevaron la peor parte, desinflando expectativas que apenas unas semanas atrás parecían desbordantes.
El golpe más visible llegó de la mano de ALT5 Sigma Corp., la firma que administra el token WLFI, emblema del proyecto World Liberty Financial. Su cotización se desplomó un 12% en la jornada, acumulando un retroceso superior al 50% en apenas una semana. El propio WLFI sufrió un hundimiento del 25% diario y ya ha perdido la mitad de su valor desde su lanzamiento en el Día del Trabajo estadounidense.
El contagio no se detuvo ahí. American Bitcoin Corp., una empresa minera vinculada a Eric Trump que debutó en el parqué neoyorquino apenas 24 horas antes, llegó a retroceder un 22%. El revés refleja el giro de sentimiento de unos inversores que, en primera instancia, habían recibido con entusiasmo la idea de que la familia presidencial más mediática de Estados Unidos pudiera dar legitimidad y proyección a nuevos proyectos de finanzas descentralizadas.
Para contener el pesimismo, World Liberty organizó un evento en directo en CoinMarketCap, que reunió a más de 2.000 participantes. Allí, la compañía insistió en que su foco sigue siendo desarrollar productos financieros de calidad, como su stablecoin USD1, con la ambición de llevar la infraestructura DeFi a millones de usuarios globales. Sin embargo, los mensajes de confianza no evitaron la oleada de ventas.
La presión regulatoria y la reacción del mercado
Más allá del componente político y mediático, el retroceso de los activos digitales también se alimenta de un factor institucional: el escrutinio de Nasdaq sobre las denominadas Digital Asset Treasuries (DATs). Estas compañías, que han proliferado en los últimos meses tras reconvertirse desde modelos de negocio fallidos, han recurrido a la emisión de acciones para financiar compras masivas de tokens, replicando la estrategia de acumulación popularizada por Michael Saylor y su empresa Strategy.
Ahora, el regulador bursátil exige que algunas de estas operaciones cuenten con aprobación explícita de los accionistas. La medida, orientada a reforzar la transparencia y los derechos de los inversores, introduce un freno en la capacidad de estas empresas para captar capital y ampliar sus reservas de criptoactivos. Hasta la fecha, más de 180 compañías cotizadas han anunciado planes para destinar 132.000 millones de dólares a la compra de monedas digitales, según la consultora Architect Partners.
La incertidumbre sobre la sostenibilidad de este modelo golpeó con fuerza a otras firmas. Sharplink Gaming, con posiciones destacadas en Ethereum, retrocedió casi un 10%, mientras el propio Ether caía un 3,3%. DeFi Technologies, con reservas en Solana, perdió un 4,6%, arrastrada por una caída paralela del token del 3,8%. La correlación entre la cotización bursátil de estas compañías y el valor de sus balances en cripto se ha vuelto cada vez más estrecha, generando un círculo vicioso en momentos de venta masiva.
Bitcoin como termómetro y el trasfondo macroeconómico
El impacto de este ajuste se reflejó también en el activo de referencia del sector. Bitcoin, considerado el barómetro del mercado, cedió un 2% hasta situarse en torno a los 109.800 dólares, en la parte baja de su rango reciente. Apenas un año atrás, antes de las elecciones, cotizaba cerca de los 69.000 dólares, y a mediados de agosto alcanzaba un récord de 125.000. La volatilidad sigue siendo la norma en un entorno donde las narrativas macroeconómicas pesan tanto como la oferta y demanda propia del ecosistema.
En paralelo, los datos recientes del mercado laboral estadounidense reforzaron la idea de una economía en enfriamiento. Las contrataciones se desaceleraron en agosto y las solicitudes de desempleo aumentaron, confirmando que las empresas muestran poca disposición a expandir plantillas. La Fed, que en otoño pasado recortó tipos en un punto completo, ha optado este año por mantenerlos estables, temerosa de que los aranceles reaviven la inflación. En este contexto, muchos inversores prefieren reducir riesgo antes de la próxima reunión de política monetaria.
La combinación de un clima de cautela macro y un escrutinio más severo sobre las estructuras corporativas que acumulan criptomonedas ha desatado un ajuste doloroso, pero quizá necesario. Como apuntaba Eric Risley, socio fundador de Architect Partners, la ralentización de estas operaciones podría ser beneficiosa si conlleva mayor transparencia y participación accionarial.
Perspectivas: ¿corrección pasajera o ajuste estructural?
La gran incógnita es si este episodio se trata de una corrección temporal, producto de un exceso especulativo en torno a los tokens vinculados a la familia Trump y a la dinámica de las DATs, o si marca el inicio de una fase más estructural de maduración del mercado.
Por un lado, la aparición de arbitrajes entre las cotizaciones de las acciones y los tokens que respaldan muestra un ecosistema todavía inmaduro, donde los desequilibrios se aprovechan con rapidez por traders oportunistas. Por otro, la presión regulatoria y la normalización de expectativas pueden contribuir a una consolidación más sana de los modelos de tesorería en criptoactivos.
Lo cierto es que el rally que parecía imparable ha tropezado con un recordatorio de la fragilidad inherente a los mercados digitales. El futuro inmediato dependerá tanto de la capacidad de las empresas para convencer a los inversores de la viabilidad de sus estrategias como de la dirección que tome la Fed en su política monetaria. La volatilidad, en cualquier caso, seguirá siendo la única certeza en este sector que nunca deja de reinventarse.